jueves, 7 de enero de 2016

Un niño bueno, inteligente y aseado ¿es siempre hermoso?



La belleza a lo largo de la historia se ha apropiado de los debates más inverosímiles. Alcanzar un modelo de perfección ha sido el aliciente de muchos hombres y mujeres que han dedicado su vida a encontrar  la mayor porción de belleza que su cuerpo sea capaz de brindarles,  de acuerdo a la naturaleza que les tocó.

Un areté griego globalizado ha inundado las redes de comunicación, pero ese ideal antiguo, indicador de la excelencia tanto del alma como de la mente, ha sido truncado en uno de sus rasgos elementales, sin el cual la belleza superficial es simplemente el mejor envoltorio de un producto que no sería vendido por falta de calidad.
Toda la parafernalia viene incluida en un paquete, que es exactamente eso, un paquete lleno de hidrógeno y algún que otro elemento químico que no viene al caso mencionar. Las televisoras más potentes del mundo han visto en la dicotomía que crea este tema, la gallina de los huevos de oro.
¿Cuál es el estándar de belleza? ¿Qué hacen los feos para sobrevivir? ¿Cómo se logra ser realmente atractivo? ¿Quién se atreve a inventar las respuestas a las preguntas anteriores?
Estas cuestiones nos brindan una dimensión del problema que comienza cuando en el círculo infantil un niño es apartado por el resto de sus compañeros, por no cumplir con ese estándar que nadie sabe cómo a tan corta edad se puede conocer.
Genéticamente estamos diseñados para ser hermosos o feos, pero, una solución nos ha aportado esta vez la industria médica. Incrementar lo que falta hasta alcanzar las tallas más desorbitantes, disminuir lo que sobra, coser, pintar, picar…hasta que la obra de arte y unos cuántos dólares menos de su bolsillo sean un hecho.
Y en el camino olvidamos interpretar  aquella frase que de memoria repetimos y que recitaremos a nuestros hijos, simplemente para lograr que cumplan con el horario de baño: un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso.
Qué harán los niños que cumplen con las tareas, que recogen una flor para su madre o su maestra y que saben cómo ser caballeros cuando las niñas del aula lo desilusionen y le pidan que sean más “vivos”.
Esos niños como son buenos no entenderán y quizás le preguntarán a sus padres, que no sabrán dar respuestas a la gran contradicción de la historia, esta vez en los labios inocentes de un pequeñuelo.
Nadie sabe cómo, pero poco a poco hemos olvidado utilizar el sentido que supera a los otros convencionales, el sexto, ese que de alguna manera nos hace ver más allá de lo que nuestras retinas permiten.
Al menos un siglo nos separa de la primera vez que se pronunció esta frase, pero con certeza podemos afirmar que aún en esa época existían las contradicciones que genera lo bello, ha cambiado la manera de abordar el asunto y el patrón ha variado  en dependencia de algunos elementos que nada tienen que ver ni con lo de adentro ni con lo de afuera.
Enseñarles a los niños qué hay de significativo en estas palabras, es educarlos para que identifiquen en esta oración una actitud de vida. El objetivo no es convertirlos en individuos  reacios a la belleza corporal,es hacerlos conscientes de que cuando todo lo externo se desvanezca, no nos quedará nada más que el maquillaje que a lo largo de nuestra vida pudimos adquirir para nuestro interior.
Entonces un niño, bueno, inteligente y aseado es y seguirá siendo hermoso.

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