La belleza a lo largo
de la historia se ha apropiado de los debates más inverosímiles. Alcanzar un modelo
de perfección ha sido el aliciente de muchos hombres y mujeres que han dedicado
su vida a encontrar la mayor porción de
belleza que su cuerpo sea capaz de brindarles,
de acuerdo a la naturaleza que les tocó.
Un areté griego
globalizado ha inundado las redes de comunicación, pero ese ideal antiguo,
indicador de la excelencia tanto del alma como de la mente, ha sido truncado en
uno de sus rasgos elementales, sin el cual la belleza superficial es
simplemente el mejor envoltorio de un producto que no sería vendido por falta
de calidad.
Toda la parafernalia
viene incluida en un paquete, que es exactamente eso, un paquete lleno de
hidrógeno y algún que otro elemento químico que no viene al caso mencionar. Las
televisoras más potentes del mundo han visto en la dicotomía que crea este
tema, la gallina de los huevos de oro.
¿Cuál es el estándar
de belleza? ¿Qué hacen los feos para sobrevivir? ¿Cómo se logra ser realmente
atractivo? ¿Quién se atreve a inventar las respuestas a las preguntas
anteriores?
Estas cuestiones nos
brindan una dimensión del problema que comienza cuando en el círculo infantil
un niño es apartado por el resto de sus compañeros, por no cumplir con ese
estándar que nadie sabe cómo a tan corta edad se puede conocer.
Genéticamente estamos
diseñados para ser hermosos o feos, pero, una solución nos ha aportado esta vez
la industria médica. Incrementar lo que falta hasta alcanzar las tallas más
desorbitantes, disminuir lo que sobra, coser, pintar, picar…hasta que la obra
de arte y unos cuántos dólares menos de su bolsillo sean un hecho.
Y en el camino
olvidamos interpretar aquella frase que
de memoria repetimos y que recitaremos a nuestros hijos, simplemente para
lograr que cumplan con el horario de baño: un niño bueno, inteligente y aseado
es siempre hermoso.
Qué harán los niños
que cumplen con las tareas, que recogen una flor para su madre o su maestra y
que saben cómo ser caballeros cuando las niñas del aula lo desilusionen y le
pidan que sean más “vivos”.
Esos niños como son
buenos no entenderán y quizás le preguntarán a sus padres, que no sabrán dar
respuestas a la gran contradicción de la historia, esta vez en los labios
inocentes de un pequeñuelo.
Nadie sabe cómo, pero
poco a poco hemos olvidado utilizar el sentido que supera a los otros convencionales,
el sexto, ese que de alguna manera nos hace ver más allá de lo que nuestras
retinas permiten.
Al menos un siglo nos
separa de la primera vez que se pronunció esta frase, pero con certeza podemos
afirmar que aún en esa época existían las contradicciones que genera lo bello,
ha cambiado la manera de abordar el asunto y el patrón ha variado en dependencia de algunos elementos que nada
tienen que ver ni con lo de adentro ni con lo de afuera.
Enseñarles a los
niños qué hay de significativo en estas palabras, es educarlos para que
identifiquen en esta oración una actitud de vida. El objetivo no es
convertirlos en individuos reacios a la
belleza corporal,es hacerlos conscientes de que cuando todo lo externo se
desvanezca, no nos quedará nada más que el maquillaje que a lo largo de nuestra
vida pudimos adquirir para nuestro interior.
Entonces un niño, bueno, inteligente y aseado es y seguirá siendo hermoso.
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